Quería cambiarse de casa para ver si eso era cambiarse de cara o de alma o sólo de esquina de estar mirando las cosas que pasan por fuera mientras la lejía corre por todas las venas o los recuerdos. Él siempre vivía después de tocar vivir, siempre era viejo para lo que hacía, siempre llegaba unos segundos o unas horas o unos años después de haberlo soñado. Y la cosa sucedía y él estaba pensando en lo siguiente que debería haber vivido y aún no. Una pesadilla. Conoció a su primer amor exactamente quince años y tres días después de haberla amado con toda su vida, después de haber imaginado hasta tatuarlo cada rasgo del sentimiento que se le proyectaba en la pared oscura de su cuarto de dormir. Perdió a su primer amor exactamente quince años y tres días después de haber tenido en la huella de los labios la frase: "Si esto es vivir, contigo me vale."
Habían pasado años desde entonces y ya aquel amor no era dolor, pero seguía sorprendiéndole por algunas madrugadas. Llovía en la calle y Arturo terminó lentamente su cigarro. Llevaba años intentando dejar de fumar y de pensar, pero era imposible, ambas cosas iban unidas. Cruzó la calle bajo la lluvia y el semáforo en rojo y se cobijó bajo una cornisa donde ya se cobijaba un tipo, un negro culebrón de estos que llevan el son bajo los párpados y la navaja escondida en algún lugar de lo que fue su alma. Aprovechó para pedirle fuego y se hicieron brothers al poco; se fueron caminando bajo la lluvia y entraron en un after que ya estaba cerrado. Allí bebieron alcohol del malo y siguieron fumando. Hablaron. Los dos habían perdido las mismas cosas y tampoco nada había sido mejor tras ello. Hablaron. El negro había nacido en Sevilla, pero no tenía acento. Él había nacido en Lisboa, pero no sabía de sus padres ni tampoco estaba seguro de llamarse Arturo. Llegó tarde. O la conoció tarde, da igual. El negro le contó de un tren que salía a las ocho de la mañana. Le enseñó dos billetes. Le faltaba un viajero, seguramente una mujer. El negro cantaba seguiriyas de Triana. Lo hacía muy bien. Arturo, o como coño se llamara, fingía escucharle cantar mientras seguía pensando años atrás. Siempre a destiempo. Siempre el despienso.
Después del primer amor llegaron las desamantes a quererlo hasta pudrirlo, a usarlo y tirarlo al compás de cualquier colilla de extralargo rubio blend. Siempre se supo enamorado cuando ellas ya no estaban, cada vez se vio engañado cuando el engaño había pasado. Siempre llegaba tarde a llegar tarde. El negro dejó de cantar y empezó a hablar sin parar. Por suerte Arturo sólo tenía una certeza. No la certeza incumplida de cada noche, ahora tenía la certeza de poder llegar a tiempo una puta vez en su vida. Eran las 6'45 de la mañana. En el after sonaba una vez tras otra el "my way" de “la voz”, pero Arturo llevaba años oyendo la misma canción de Sabina. Las putas iban y venían alrededor de los dos hombres sin el menor asomo de atención por parte de estos. El humo parecía un atardecer y los dos tíos se besaron mientras tanto, pero el negro dictó precio y acababa de morir. A destiempo. Arturo no había besado nunca a ningún hombre y menos a un negro ni tampoco había matado a negro alguno, pensó, ni a ningún hombre, quiso recordar. No supo si le gustó, se dio cuenta, pero tampoco era tan grave con tal de llegar a la estación. Se sabía tan viejo que se sintió feliz a destiempo.
Cuando salieron del after la noche ya no existía y Sinatra seguía con voz de Sabina, las aceras eran siempre las mismas, los días no pasaban más que después de tres noches y el tráfico despertaba entre charcos y luces de cafeterías que servían aguardiente a los obreros de la construcción. Le apetecía comerse un huevo duro con un buen café y esperar la hora de dormir, pero siguió caminando al lado del negro bujarrón, pasito a pasito desandando los sueños hasta la estación donde seguían las mismas putas de hacía quince años, los mismos amores colgados del andén esperando el sueño de la mañana, los sueños aquellos tan mentira. Y rió a carcajadas y como no sabía como explicarlo le contó al negro un chiste de putas negras y el negro se rió, idiota, por reírse porque seguro que no entendía nada aunque cantara como Camarón y le metiera mano a la bragueta y Arturo creyera verle el diente de plata que cantaba hacía mucho aquella orquesta de ese nombre.
Todavía quedaba mucho para que el tren saliera y el negro se hacía el remolón, esperando quizás a que de pronto apareciera la mulata y estuviera aún a tiempo de cambiar el menú, pero los relojes de las estaciones nunca mienten y los trenes siempre han sido más fieles que algunas mujeres, así que los dos subieron sin equipaje, tan viejos, tan tarde, tan cutre la vida por detrás y por delante, y se acomodaron contrabrazados a sí mismos, olvidados ya en cada traviesa de sí y del otro, esperando que la borrachera les borrara la mañana o el sol y les enturbiara hasta la noche.
Arturo agarró con fuerza la polla del negro y le rebuscó hasta encontrar la navaja entre sus entrañas. Sabía que quería matarlo y no sabía por qué, pero estaba tan cansado, llegaba ya a todo tan tarde, que el sueño se hizo negro y abrazo y pensar mañana, mañana lo mato en Sevilla, mañana lo mato. Y al día siguiente la noche llegó como siempre demasiado tarde y aunque Arturo nunca llegó a querer al negro ni dejó de fumar ni de pensar en el pasado, se sentía un poco mejor cuando sentía su abrazo.
(Para ilustrar el relato iba a poner a Camarón cantando siguiriyas de Triana, también he pensado en poner algún video con “Pedro el Navaja” con la Orquesta Platería o con Rubén Blades…Y al final he encontrado este video de la gran Amy que contiene el espíritu de aquellos dos y añade el tono que yo le quería dar al relato. Como mis palabras no alcanzan a conseguirlo, permitirme que me ayude con el desgarro sobreviviente de esta mujer enterrando su corazón)
(El video es impecablemente bello, la canción impecablemente Amy. Como siempre que se puede, se recomienda ver a pantalla completa y alta definición.
Más información:
http://www.amywinehouse.co.uk/
http://es.wikipedia.org/wiki/Amy_Winehouse)