El juego era sencillo, no tenía ninguna regla. Lo único que tenías que hacer era ponerte la peluca que te correspondiera, luego empezaba a sonar la música y cuando te tocaba el turno salías y bailabas. La primera vez me meé de miedo. Creo que eso me salvó la vida, aunque me dieron tantos golpes que estuve dos semanas sin poder jugar. El sargento Flitz me volvió a ayudar, una vez más. Me trajo sopa y curó mis labios y mis moraduras, me acarició la frente como tomándome la temperatura. No me obligó a chupársela hasta que mis labios no estuvieron completamente curados; mi niño no paraba de llorar de verme llorar y él una tarde le trajo dos caramelos y un puzzle del Káiser para que lo encajara. Mi niño dejó de llorar y le miró con esos ojos verdes perplejos con los que miraba las cosas que no acababa de entender.
El sargento Flitz fue bueno conmigo desde el principio, aunque lo primero que hizo la primera vez que me vio fue pegarme un sopapo. Yo creo que los dos nos miramos sorprendidos; yo por el dolor y él por ver en mi rostro que estaba acostumbrada al dolor, no era demasiado diferente a mi marido. Por la noche se acercó a mi camastro y después de acariciar a mi niño como si le tomara la temperatura puso su pene sobre mis labios cerrados. Siguió acariciando la frente de mi niño y yo supe que tenía que abrir la boca.
Desde esa noche ni a mi niño ni a mí nos faltaron comida ni mantas. El sargento me trataba muchas veces con cariño, me enseñó las fotos de su mujer y de sus hijos, me habló de su tierra y del lago donde todos los viernes de madrugada iba a pescar. Me habló de su perro y de su madre, del amor de su vida que nunca le había querido, de la mierda que era la guerra y de las ganas que tenía que terminara para poder volver a dormir aunque fuera sólo una noche más, de la lástima que sentía por mí y los míos, pero que me diera cuenta de la culpa que teníamos por no haber sabido ni querido ser alemanes, por habernos hecho ricos a costa del pueblo alemán, por haber mantenido nuestra secta de judíos usureros y haber socavado la dignidad de su raza. Yo asentía sin saber muy bien a qué, me sentía tan incómoda con sus palabras que casi prefería oír sus gemidos con su miembro en mi boca. Nunca le dejé que se corriera dentro y él siempre me respetó en esto como mi marido.
El juego era sencillo. Las chicas nos poníamos en semicírculo en el escenario, cada una con la peluca que nos hubiera correspondido. Estábamos en el bar de oficiales del campo de Terezin. El humo, la música y el vocerío de los alemanes me aturdían. Seguía teniendo tanto miedo como el primer día, pero sabía que no podía volver a defraudarlo, mi niño y yo misma seguíamos vivos gracias al sargento Flitz y para él era muy importante que yo cumpliera. Me lo había explicado muy bien la noche anterior: sólo tenía que ponerme la peluca que me dijeran y cantar la canción que me dijeran; luego, por orden de grado, los oficiales irían eligiendo a las que más les hubieran gustado. Las no elegidas irían al bar de suboficiales. Barra libre.
Le dije que yo no quería estar con ningún hombre que no fuera él. Él ser rió y me dijo que yo estaría con cualquiera que me permitiera respirar un segundo más. Yo pensé que tenía razón, pero necesité también pensar que era por mi niño. Se lo dije: "Es por mi niño" y él volvió a reír un poco triste y acarició mi clítoris con su dedo hasta que el calor volvió a invadir mi cuerpo y mi pensamiento se llenó de culpa y de deseo y las lágrimas me volvieron a las mejillas y el flujo resbaló otra vez por mis muslos y él otra vez se rió y otra vez me acarició suave la mejilla y acarició suave la frente de mi niño.
Esa noche me eligió un capitán y a la semana siguiente ya ni me acuerdo. Mi sargento Flitz se puso celoso y dejó de acariciar a mi niño y ya no me trajo más comida ni me metió más su pene ni me acarició más el clítoris.
Un día muy de mañana se plantó ante mí y me dijo que hiciera las maletas y me pusiera la mejor ropa que volvía a casa, acarició la frente del niño y me besó suave en los labios. Vi una lágrima en sus ojos y luego nos llevó a una gran cola de prisioneros que esperaban sin saberlo su turno para los hornos. Todos llevaban sus mejores ropas y un fotógrafo nos hacía fotos. Éste fue el juego.
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La idea de este relato me ha venido de mi último viaje a Praga, hace ahora unos dos años. Allí estuve viendo de nuevo en el Museo Judío de Praga el Memorial del Holocausto. Aunque nunca he estado muy de acuerdo con la propaganda del dolor, lo cierto es que ver los dibujos de aquellos niños y niñas (la inmensa mayoría de ellos murió) conmueve y mucho. Pero esta vez lo que más me conmovió fue una fotografía. En ella, por supuesto en blanco y negro, se ve a una mujer que está de pie formando una cola, esperando algo. La mujer tiene una belleza sobria y elegante. Debe tener unos treinta años y tiene un atractivo especial que va más allá de sus rasgos o sus formas. Su atractivo es la dignidad. La mujer está vestida con ropas que aunque no se pueda decir que sean humildes tampoco parecen ser las que llevaría alguien con un status económico o social elevado; se trata de un vestido oscuro y un abrigo negro que le llega hasta la pantorrilla y le da un aspecto sereno y refinado. Pareciera que la mujer se ha arreglado para salir y aunque no parece llevar rímel o maquillaje, sí se adivina claramente que se ha peinado con cierto esmero. En su rostro no se percibe atisbo de impaciencia o incertidumbre, menos aún de temor o siquiera una mota de resignación. Está aguardando algo, simplemente aguardando.
En su mano derecha lleva una maleta, en la izquierda un niño de unos ocho años. El niño también parece haberse arreglado para salir. Lleva unos pantalones cortos y, debajo del abrigo, una chaqueta de la misma tela de los pantalones; bajo la chaqueta, una camisa blanca. Tanto la madre como el hijo llevan cosidas en los abrigos sendas estrellas de David.
Me impresionó muchísimo ver el porte de la mujer, su belleza tranquila dándole la mano a su hijo. Ninguno de los dos parece saber lo que les espera. Yo no sé si podría haber esperanza en la madre, si verdaderamente podía pensar que ya había pasado lo peor y que a partir de entonces las puertas de Terezin se abrían a la esperanza y no a Auschwitz. En la fotografía se les ve tan vivos que da miedo pensar que ya estaban muertos.
He buscado la foto por internet, pero me ha sido imposible encontrarla (si alguno sabe de ella le agradeceré que me informe), así que he creado este pequeño montaje con fotografías hechas en Auschwitz por mi camarada Benito y con algunos de los dibujos hechos por los niños y niñas del campo de Terezin. La música es de Wim Mertens (“Zweierlei”, del álbum “With no need for seeds”)
Edito para aconsejaros que veáis el video a pantalla completa y con el sonido lo más alto posible.
Más información:
Terezin:
http://www.pamatnik-terezin.cz/showdoc.do?docid=164 El sitio oficial de Terezin en internet.
http://www.memoriales.net/topographie/checoslovaquia/terezin.htm Terezin, su historia.
http://es.wikipedia.org/wiki/Terezin: Información sucinta y útil, como siempre.
http://kurioso.wordpress.com/2009/02/20/los-ninos-que-vivieron-y-dibujaron-el-holocausto/ De este blog he sacado los dibujos de Terezin. Hay una información muy detallada del tema.
http://www.radio.cz/es/articulo/46588 Página en castellano con abundante información sobre temas checos
Auschwitz:
http://www.auschwitz.org.pl/ Sitio oficial
http://remember.org/auschwitz/ Paseo virtual por el campo
http://es.wikipedia.org/wiki/Auschwitz wikipedia, no ha que decir más.
http://www.memoriales.net/ Este sitio es fundamental si te interesa este tema.
http://www.ushmm.org/wlc/article.php?lang=es&ModuleId=10007021 Artículo en la enciclopedia del holocausto.
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