Manuel del Álamo es un veterano periodista, devuelto de mil batallas y arrojado a mil pérdidas menos a una: la de la sonrisa. Manuel conserva la sonrisa afable y amiga de las personas que tienden la mano abierta en señal de la única victoria posible: la bonhomía.
Palabra antigua como él y también un poco apretada de género, pero, ¿qué le vamos a hacer?, el lenguaje es ya tan antiguo como nosotros y para ponerse al día necesita siempre lustros. Manolo, para sus amigos que lo son todos, viene de guerrillas y de bohemias, de alcoholes entre bodegones y copias ahumadas de matisses en viejos cafés con luces a las velas.
Pero el motivo de Manolo, ahora, son sus poemas. El poemario se llama “Reivindicación de la tristeza” y los que siempre vivimos en la raya en él encontramos que en la tristeza se encuentra la única belleza, la pérdida.
Os transcribo algunos de ellos:
I
Como un árbol, la soledad,
la soledad de la memoria.
II
Es cierto: la mañana está sonámbula. La luz quieta junto al
tabaco y unos lápices de colores, esperándote, serios.
Es cierto: la tierra no es un astro, es invierno sin ti. Nostalgia
crispada, reloj atolondrado. Sin ti.
tous les mots sont d’acord
III
Los hechos tendieron a ocurrir vestidos de caricias:
nos tomamos unas rebanadas de ternura en cafés y avenidas,
desafiando viejas cabinas vacías y el silencio de las hormigas.
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I
Detrás de los cigarrillos y ceniceros atónitos,
perplejas ginebras,
un oleaje de días y noches,
tus hombros lluviosos,
territorio infinito,
nocturno,
ausente.
II
Se dice
loco de alegría,
podría decirse
cuerdo de ginebra.
III
Me despierto.
Quieto,
el estómago da vueltas a un punto marrón.
Buscar el baño.
Mi cuerpo se desliza
tan despacio
que pudiera alcanzar
una garza,
un trozo de cielo,
este dolor de madrugada,
y de cama solitaria.
IV
No hacer nada.
Sólo verme envuelto en humo, lejos,
saboreando la quietud de la casa. Quieto.
Quieto como un caracol.
Soñando algo de música.
Casi siempre el mismo tema,
hasta el vértigo o el fin de otro cigarrillo.
V
Tu ausencia me llena de memoria.
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Mirando la lluvia desperté
en esta cocina de cuchillos fríos
y gatos oscuros,
con olor a ciruela y alacena.
Aquí se consumieron,
en una tarde de huidas quebradizas,
cafés, cigarrillos y
con este orden lluvioso y de penumbra,
la piel, la memoria,
el aliento de tu sonrisa.
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Respirabas esta noche
un orden secreto
de olores y lugares remotos,
el desorden
de piedras y pasos milenarios,
el largo insomnio de la
cumbre vieja.
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Palpo en los versos de Manolo una nostalgia recién inaugurada. Lo que ha pasado acaba de pasar, acaba de irse y el poema se queda solo, rodeado aún apenas por el humo de alguna ausencia. Son como instantáneas congeladas un segundo después, como un gesto de dolor acostumbrado que sabe que va a repetirse a sí mismo “hasta el vértigo o el fin de otro cigarrillo”. Es lo que queda de lo que se fue, una ausencia hecha molde de una memoria: “Tu ausencia me llena de memoria”. Este verso, rotundo y redondo, podría escribirme a mí, podría escribir cualquier pérdida, como éstas que afloran tras los “cuchillos fríos” hasta convertirse en protagonistas de la voz de un verso, un tanto perplejo de saberse de pronto solo y de pronto condenado a ser s(ó/o)lo memoria.
Brindemos por las ausencias con esta canción:
1 comentarios:
Los que vivimos en la raya, querido Lamico, somos como las mudas palabras de ese territorio infinito del que habla el poeta. Siendo el lenguaje tan antiguo como las ausencias o siendo, incluso, la nostalgia la que da vida a las palabras, la raya es la ausencia de tiempo, sólo es el tiempo ido y fatalmente menoscabado. La raya no es soledad, ni el contorno en sepia de lo desvanecido, quizá tampoco la fría y constante repetición de una madrugada acusadora y perpleja. Es lo que siempre pensamos que era todo: el imposible retorno al lugar del que nunca salimos.
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