miércoles, 20 de enero de 2010

La columna Durruti

Restaurante. Interior noche.

—¡La guerra no tiene ninguna regla!

La alta voz me hizo desviar la mirada desde los ojos de mi mujer al grupo de seis hombres que cenaba en la mesa de al lado. Mi mujer es rubia de bote y hace año y medio que me engaña con un compañero de trabajo. Lo sé porque los sms son delatores y porque ahora a veces me trata con un cariño que sabe a conciencias y perdones que nunca me pedirá. Entre los dos todo ha ido mal siempre, pero eso no quita el cariño. En el banquete de bodas rompió con mis padres y cuando tuvimos al chico se tiñó el pelo. Entonces supe que ya no me quería, pero siguió conmigo por la hipoteca y porque yo hago todas las noches la cena. La niña tiene ahora dos años y se parece tanto a ella que es rubia como la lluvia y adorablemente callada como su silencio.

A los dos nos gusta salir a cenar y mirarnos a los ojos como si aún nos quisiéramos, ella juega a que me quiere y yo juego a que me quiera mientras la quiero; luego nos vamos a casa y follamos cada uno a los suyo: ella pensando en que me engaña y yo pensando en que me engaño. Todo está bien.

—¡No puedo admitir lo que dices! Negar que la guerra está sujeta a la ley es hacer de la guerra una excepción que niega su propia excepción: cualquier transgresión necesita su norma; justificar la tortura, o la muerte de inocentes en una guerra, es negar la guerra como excepción a la convivencia, es darle una carta de naturaleza independiente de su contrario, la paz, y por lo tanto éticamente injustificable.

La discusión de la mesa de al lado acaparó toda mi atención y por un momento sentí envidia de sus voces y sus razones enfrascadas en unas trincheras en las que me hubiera gustado tirarme de bruces, acalorarme con ellos, beber y no ver los ojos de mi mujer enfrente y sus labios queriéndome querer sin verme, sin sentirme desde la primera vez que mi dedo raspó su vagina seca, desde la primera vez que ya ninguna vez era primera vez.

Uno de los de la mesa agitaba su dedo índice indignado oponiendo cualquier posibilidad de ser a las opiniones del otro; este otro alzaba su mano escorzada amagando un vaso invisible mientras acusaba al santo Vicente, así se llamaba, de conversaciones de cubata alejadas de la realidad. Vicente, más indignado si cabe, se levantó y con su dedo en ristre fulminó a su interlocutor con una mirada en la que las palabras dejaron paso a una ética que no sabía de premisas ni argumentos, una ética que es una guerra que es un no.

Y yo miré a mi mujer y le dije no y ella me dijo no qué y yo le dije no tú, no tu amor, no tus labios, tus mentiras, tus tequieros tus niños tus besos tus reglas tus deseos tus miedos tus fríos tus ganas tus desganas. No tú. Y ella se levantó y se fue a esperarme en casa o se fue con su amante, no sé; y yo me levanté y me acerqué a ellos y les dije:

—Me llamo Amadeo, ¿puedo sentarme con vosotros?

Y ellos dejaron de discutir y se quedaron atónitos mirándome y me dijeron que me sentara y yo les hablé de que nunca había estado en la guerra ni había hecho la mili, pero que la guerra era cada día, cada pensar, cada ver, y que verlos allí tan juntos discutiendo sólo de ideas sin pagos ni plazos, bebiendo tan juntos en la misma trinchera, me había hecho sentirme un poco bien, me había hecho recordar aquellos tiempos en que creía en luchar o en querer, aquellos sábados de ver amanecer en algún banco de algún jardín creyendo en lo que decía, creyendo en lo que me decían, y el camarero sirvió otra ronda de orujos blancos y ya estaba yo allí, junto a ellos, en la Columna Durruti, me dijeron, y pasaron dos o tres horas, y hablamos de Quico Sabaté y del Facerías, y yo les dije que no sabía quienes eran, que yo en realidad era más de oír en la radio al Jiménez Losantos, y ellos se rieron y dijeron que había empezado mi conversión y creo que todos estábamos ya borrachos cuando empezamos a cantar la Internacional y nos sentimos orgullosos de ser libres o por lo menos de creérnoslo.

Y amaneció y nos despedimos con un abrazo y yo sentí que por esas horas había recuperado una forma de mirar diferente y hubiera soñado poder mirar así de nuevo a mi mujer, como cuando la conocí y el amanecer de cada día era su reflejo y en este amanecer ahora ya ando yo sólo hacia mi casa, feliz y triste de saber que sólo espero que ella siga allí, con mis hijos, aunque ya no sea ella, y camino despacio, tropezando y silbando, pensando en voz alta en mis nuevos camaradas, pensando que nuestras mujeres nos han abandonado y nuestros hijos son los hijos de los otros. Pensando que sólo nos quedamos nosotros, los que vivimos, los que sentimos, frente a alguna trinchera que nos hace pensarnos camaradas, frente a alguna guerra o alguna idea que nos hace formar en columna y abrazarnos a un recuerdo o a un sueño que se pueda llamar Durruti o como quiera que se llame.

 

 

Más información:

Buenaventura Durruti:

http://es.wikipedia.org/wiki/Buenaventura_Durruti

http://www.sbhac.net/Republica/TextosIm/Durruti/Durruti.htm

http://www.kaosenlared.net/noticia/discurso-buenaventura-durruti-gran-revolucionario-anarquista

La Columna Durruti

http://es.wikipedia.org/wiki/Milicia_confederal

http://agora.ya.com/barricada36/1936/durruti2.html

http://www.alasbarricadas.org/forums/viewtopic.php?f=19&t=42049

http://guerracivil.forumup.es/about3816-guerracivil.html

Quico Sabaté

http://es.wikipedia.org/wiki/Francesc_Sabat%C3%A9

Josep Lluís Facerías

http://es.wikipedia.org/wiki/Josep_Llu%C3%ADs_Facer%C3%ADas

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=55389

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martes, 19 de enero de 2010

Memoria

Memoria de cada día

que me moría o que vivía.

¡Qué memoria ni qué vivía!

¿De qué me moría si ya no había vida?

 

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