jueves, 3 de septiembre de 2009

Las palabras perdidas

Me llamo Jonás Vallés y soy escritor de palabras perdidas. No os voy a negar que no me gano la vida con esto, ni con ninguna otra cosa, porque yo ya hace que no tengo ninguna vida que ganar.


Hasta hace unos años era prudentemente feliz y coleccionaba palabras. Las solía poner en fila, pegaditas unas a otras con sus conjunciones preposiciones comas y puntos; el pegamento habitual, vamos. Luego las repasaba una y otra vez y era como si me hablaran. Alguna gente a esto lo llama leer. Yo siempre lo he llamado soñar.


Un día quise pasar de coleccionar las palabras a coleccionar sueños y de coleccionar sueños a coleccionar momentos que convertir en recuerdos y entonces todo se jodió. Los recuerdos olvidaron los momentos, los momentos se burlaron de los sueños y los sueños sepultaron las palabras en afanes. Las palabras se murieron, casi todas de tuberculosis, pero algunas lograron escapar entre escupitajos y se descolgaron por la ventana, aprovechando que mi mujer la había abierto para escuchar a la gitana que cada primavera pasaba cantando la misma cantinela. Yo me había quedado absorto mirando su sexo transparentarse a través de las sayas que se ponía para planchar. Cuando quise darme cuenta la palabra adiós llegaba ya la calle y mi mujer y yo nos miramos largamente. El resto de las palabras murió de pena cuando ella se fue.


Luego todo fue una condena de puntos suspensivos y el amargo intento de reducir los silencios a su única palabra, pero ni siquiera ésta quería hacerme compañía, así que me dediqué a buscar el sida o alguna gonorrea entre los anuncios por palabras. Hasta que otra mañana de abril volví a oír cantar a la gitana e intenté imaginar aquel sexo que planchaba para que el delirio se me disfrazara de algo parecido a los sueños antiguos. En uno de los anuncios leí este texto:


"Palabra busca escritor que la escriba. Máxima discreción. Sólo mañanas. Teléfono XXXXXXXXX."


Llamé enseguida, pero comunicaba. Seguí llamando hasta que por fin una voz se descolgó por el auricular. Era una voz de mujer que decía: "¿Hola?, ¿hola?". Pasaron cinco o seis ¿holas? hasta que yo pude articular sonido y decir hola, era por el anuncio, yo soy escritor...


La voz de mujer era de las que te enlazan con su humo y te mecen junto a la narguile de sus respiros. Caí inmediatamente en el pozo de la palabra amor y me clavé las uñas para que mi sudor supiera a vino vestido de roja sangre que brindar a aquel sueño que esa otra mañana de abril volvía a disfrazarlo todo.


El trabajo era sencillo. Cada mañana, salvo lunes y martes, hasta que de nuevo cantara la gitana, tenía que escribir en escrupuloso orden cada una de las palabras que aquella voz me dictara, en un cuaderno tamaño cuartilla con tapas de hule negras. Bajo ningún concepto podía corregir nada de lo que escribiera ni volver a leer lo escrito. Cada hoja quedaba sepultada en el día en que se escribió, cada día moría ahogado en la tinta de unas palabras que no tendrían ayer. Acepté el trato.


Esa misma mañana, con mi viejo lápiz y mi libreta de hule negra, empecé a recuperar aquellas palabras que había perdido. La voz de aquella mujer dibujaba volutas de humo que adoptaban en cada momento la forma de la palabra que a mí me abrazaba muy dentro, como adivinando con cada tono de voz, con cada pausa, el pulso de mi respiro. Yo tenía prohibido hablar, preguntar. Sólo podía imaginar.


Imaginar puede convertirse en la droga más destructiva, en una tortura imposible y a la vez imprescindible. Mis mañanas eran su voz y mis tardes y noches se convirtieron en su eco latiendo en mis venas, en mi cabeza, en mi pene, en mis orejas rojas de frío esperando y temiendo la primavera. Desde que su voz callaba tras el teléfono, no podía hacer otra cosa que salir a la calle y caminar con ese rumbo fijo que tienen los que no van a ninguna parte. Caminaba durante horas sin ver, sin saber, sólo reteniendo en mi memoria, repitiendo en voz baja, cada una de sus palabras, en fila, en el mismo y riguroso orden en que ella me las había ido diciendo desde el primer día. Cada día empezaba de nuevo y añadía un nuevo día y volvía a empezar hasta tener toda la historia completa grabada en mi mente. Las lágrimas resbalaban cara abajo mientras recitaba los salmos de aquella voz. La gente me miraba con recelo y se apartaba. Yo a veces gritaba porque mi voz no era su voz, otras veces reía como un niño porque aquella historia era la historia más bonita que nunca nadie podía haber soñado.


LLegó la mañana en que la gitana volvió a cantar y la voz de la mujer en el teléfono me dijo:


—La historia termina aquí. Quema la libreta.

—Tengo que verte.

—Quema la libreta.

La quemé.


—Ahora cierra los ojos.


Los cerré y vi el rostro de mi mujer, su sexo transparentándose, sus silencios y todo ese amor que dejé escapar junto con las palabras.


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martes, 1 de septiembre de 2009

Alejandra Pizarnik: Los bordes arruinados.

Los bordes arruinados.
El límite natural de las cosas.
Perdido su sentido para siempre.
(Alejandra Pizarnik)
Decir que la muerte fue el último poema de Alejandra Pizarnik es muy fácil, pero no por ello hay que dejar de decirlo. Saber que se suicidó o murió por accidente es completamente superfluo porque ella ya se había suicidado con el primer poema, con el primer atisbo de ese borde arruinado que la separaba de tantos adentros y la exponía a todos los afueras.
La frontera entre Alejandra y lo que no era Alejandra rasgaba por dentro como un alambre de espinos, como una cámara de exterminio donde el ejecutor era la conciencia, el desgarro de la conciencia, de buscarse a uno mismo y verse reflejado en espejos de latón que distorsionan lo que uno quisiera ver o haber visto o haber soñado. Lo que más daño le infringió fue siempre la parte de dentro del borde.
Del borde destruido vino la opción del suicidio, la no muerte, o el no suicidio, la muerte perpetua vestida de miedo y permanencia entre las aristas. Pero esto no era una opción, era sólo la salvación de la locura del escribir para no serlo, locura, del no escribir para serlo, muerte.
El borde apareció un día en el que al mirar atrás Alejandra vio que el territorio de la infancia se había quedado yermo y sin ella, que ella se había quedado sin tierra ni futuro: ¿A dónde ir más allá de la infancia cuando tú ya no estás más allá de ti misma, cuando el único refugio a lo que no duele son las muñecas inermes?
Y ante todo esto sólo buscar el silencio, sólo querer el silencio como único poema que nos explique, que nos mantenga mirando aquellas azucenas azules que nos permitían no pensar más, no pensar más y saber que todo ya lo tenemos pensado. El silencio de lo todo dicho, de lo todo sentido, absoluto discurso de ninguna palabra.
El silencio que cauterice la extrañeza de tu imagen en el espejo de latón, de tu doble mentiroso de ti mismo, de tu mueca de payaso gritando pánico y pidiéndote perdón, de tu muñeca azul madera muerta que un día te regaló Julio cuando tú y todos y la reina de corazones ya sabíamos que andabas muerta, que morías viva queriendo ser cualquier cosa que no fuera o por lo menos que no doliera tanto. Extrañeza de ti misma y de lo extraño de ti misma rozándote un poco húmeda de flujos y lágrimas contra el borde de todas esas identidades que se te amontonan sin dejarte ser sin más.
Tú también viajaste a París, como ella, y estuviste con Julio, como ella. Tu boca y algo de su mirada se os parecen y me recuerdan que en el fondo cada palabra es la misma para ti o para ella. Doble. Espejo. París y Cortázar en el restaurante Polidor bebiendo Sylvaner ante un château saignant, ella con dieciséis años viajando en tren a París con Rayuela entre las manos y tú queriéndote bañar en el mismo baño de sangre de la condesa Báthory con la sangre de todas tus muñecas desmembradas, con la sangre de la muñeca azul que Julio inventó para ti cuando ya estabas muerta, con la sangre de la sangre de todas las magas: tú la maga del Pont Neuf, ella la la maga que disfrazaba las palabras con el color de las jacarandas y atravesaba el espejo de puntillas con las puntas cruzadas al son de la música de un anello sobre el Arno. Palabras para esconder los silencios. El silencio.
Y el eco es la coincidencia que nos envuelve y nos re-tumba en tu apartamento de Buenos Aires, allí donde el accidente o tu voluntad dejaron de escribir, en el 980 de la calle Montevideo, junto a todas tus muñecas muertas y destripadas por la tristeza, había un retrato de Cirlot, el gran enamorado de lo absoluto imposible Cirlot, ella me regaló su libro, el que buscó a Bronwyn como yo la busco a ella por la calle de París y por todas las calles con miedo a encontrarla porque ya no será ella porque ya no seré yo y esa es nuestra muerte cobarde y usada, sudada y envuelta en la mortaja triste de lo gastado y gris.
Por eso la no muerte hubiera sido tu muerte, Alejandra, por eso invirtiendo las palabras en su reflejo, volviéndolas del revés, es la única forma en que las maravillas pueden ser. Melancolía, bohemia, angustia… son los nombres de los lugares por donde nos jugamos a ser, son los espejos donde estas palabras se convierten en el vaho que ella, que tú, algún día lea, que algún día veas, y entonces, Alejandra, vuestros labios, esos labios que tanto se os parecen, se frunzan, frente al borde arruinado del espejo, con un leve recuerdo de cariño y ternura.
alepizarnik
Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe.

«Los trabajos y las noches»
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Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.
Ampáralo niña ciega de alma
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.
Pero ese instante sudoroso de nada
Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos

“A la espera de la oscuridad”
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Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.
Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.
Y hay, cuando viene el día,
una partición de sol en pequeños soles negros.
Y cuando es de noche, siempre,
una tribu de palabras mutiladas
busca asilo en mi garganta
para que no canten ellos,
los funestos, los dueños del silencio.

“Anillos de ceniza”
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La que murió de su vestido azul está cantando.
Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad.
Adentro de su canción hay un vestido azul, hay
un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado
con los ecos de los latidos de su corazón
muerto.
Expuesta a todas las perdiciones, ella
canta junto a una niña extraviada que es ella:
su amuleto de la buena suerte. Y a pesar de la
niebla verde en los labios y del frío gris en los
ojos, su voz corroe la distancia que se abre entre
la sed y la mano que busca el vaso.
Ella canta.

“Cantora nocturna”
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y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo

“Cold in hand blues”
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10
un viento débil
lleno de rostros doblados
que recorto en forma de objetos que amar


14
El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.


17
Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días
sonámbula y transparente. La hermosa autómata se canta, se encanta,
se cuenta casos y cosas: nido de hilos rígidos donde me danzo y me
lloro en mis numerosos funerales. (Ella es su espejo incendiado, su
espera en hogueras frías, su elemento místico, su fornicación de nom-
bres creciendo solos en la noche pálida.)


33
alguna vez
alguna vez tal vez
me iré sin quedarme
me iré como quien se va


“Árbol de Diana”
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ante la lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra Alejandra no lo niegues.
hoy te miraste en el espejo
y te fuiste triste estabas sola
y la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió
enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado
oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!

“La enamorada”
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Este temporal a destiempo, estas rejas en las niñas
de mis ojos, esta pequeña historia de amor que
se cierra como un abanico que abierto mostraba a la
bella alucinada: la más desnuda del bosque en el
silencio musical de los abrazos.

“Naufragio inconcluso”
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Sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra

“Poema 3”
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Mañana
me vestirán con cenizas al alba,
me llenarán la boca de flores.
Aprenderé a dormir
en la memoria de un muro,
en la respiración de un animal que sueña.

“Sombras de los días a venir”
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“El sabor de las palabras, ese sabor a semen viejo, a vientre viejo, a hueso que despista, a animal mojado por un agua negra (el amor me obliga a las muecas más atroces frente al espejo). Yo no sufro, yo no digo sino mi asco por el lenguaje de la ternura, esos hilos morados, esa sangre aguada. Las cosas no ocultan nada, las cosas son cosas, y si alguien se acerca ahora y me dice “al pan pan y al vino vino” me pondré a aullar y a darme de cabeza contra cada pared infame y sorda de este mundo.”
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«Abandono de todo plan literario. Las palabras son más terribles de lo que me sospechaba. Mi necesidad de ternura es una larga caravana. sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran».
Más información:
http://cvc.cervantes.es/ACTCULT/pizarnik/
Completísimo estudio del Centro Virtual Cervantes sobre Alejandra Pizarnik. No hacen falta más enlaces. Allí encontraréis información muy interesante y una completa bibliografía.
http://www.ucm.es/info/especulo/numero28/alepizar.html
Un buen estudio de Carlos Luis Torres Gutiérrez sobre su figura literaria y humana.
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Gracias y reconocimientos a mis camaradas Alber y Manolo por alumbrarme este texto en una falsaria y sabrosa no cena.
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