viernes, 31 de julio de 2009

El espejo y el camisón.

A las 3:42 de la mañana, como cada noche, Mónica Colsada dio un brinco sobre la cama y abrió los ojos de par en par. Había vuelto a soñar lo mismo. Su rostro estaba sudado y un poco desencajado, molesto de sentirse repetido y otra vez igual, como cada noche, sus ojos se miraron en el espejo y se sintieron también vistos, también mirados.

Mónica Colsada tenía por aquellos días 37 años recién cumplidos, su segundo hijo, una niña que no se me parecía en nada, recién tenida y un sin fin de males imaginarios rondándole por la cabeza. Digo yo que sería la mala conciencia.

Se incorporó en la cama para verse mejor en el espejo e hizo su típico mohín de pena y desconsuelo. La oí sollozar. En realidad fue el sollozo de siempre, de cada noche. Un sollozo único, como abandonado nada más nacido o simplemente un carraspeo con ganas de ser sentimiento. Mónica Colsada era rubia de bote, pero a mí todavía me gustaba. No era guapa ni fea, pero tenía un buen culo, una risa un poco tonta y toda esa ternura que al principio tantas ganas de quererla te producía. Se quedó así, mirándose, un buen rato. Sentía fascinación por verse en un espejo, sobre todo haciendo el amor. Se excitaba viéndose como si fuera otro quien la viera o como si fuera yo el que la viera con otro.

A las 4:05 de la mañana Mónica Colsada se quitó las bragas y comenzó a masturbarse con la misma mirada seria que ponía ante el cajero de un banco o mientras leía las instrucciones de un electrodoméstico recién comprado. Sus silencios siempre me habían encantado porque acomodaban en el pliegue de sus labios una resignación con la que me gustaba engañarme. Cuando su vulva se convulsionó varias veces soltó un único gemido que se convirtió sin ninguna transición en un sollozo y luego en llanto, al principio con inesperados hipos, enseguida con lágrimas y más lágrimas, con lloros llenos de agua y de sonidos que parecían cantar aquella canción.

A las 4:25 de la mañana el silencio la abrazó y pareció más tranquila. Fue al baño y volví a oír como cada noche el potente chorro de su orina. Siempre me había vuelto a excitar oírla tras hacer el amor. Cuando regresó a la habitación se había lavado la cara y el sexo y me pareció que el sufrir la ponía guapa. Se puso el camisón blanco y una canción de Jorge Drexler, "Me haces bien", y comenzó a hacer sudokus. Siempre supe que cuando hacía sudokus pensaba en mí.

Así pasó más de una hora. Ella era muy buena haciendo sudokus y de vez en cuando se giraba y miraba en el espejo hacia donde yo debía estar. Yo quería verla sonreír, pero ya hacía mucho que no me sonreía, ni siquiera en el espejo. Yo quería oírla hablar, pero hacía mucho tiempo que sólo oía la canción, una y otra vez, una y otra noche, retumbando en mi cabeza como cada idea, como cada palabra, como cada vez que ella había estado abrazada a mí delante de aquel espejo.

A las 5:45 de la mañana quise cerrar los ojos, no pensar no recordar no querer nada más que cerrar los ojos y no ver ni oír ni querer nada más que cerrar los ojos pero su voz, su pelo y sus piernas abiertas en el asiento de mi coche no me dejaban más que pensar en sentirla de nuevo como cada noche como cada día desde que aquella vez cuando la miré por el espejo ya no era yo el que se reflejaba con ella. Amanecía y el vecino de arriba ya se levantaba y yo seguía despierto viéndola sin poder dormir viéndola sin poder sentirla más desde hacía no sé cuanto que se fue y desde entonces cada noche estaba conmigo tan despierta como yo tan desnuda como yo tan vacía como yo.

A las 6:30 de la mañana me levanté y me duché, me afeité y me corté. Me pareció oír su voz y volví a la habitación. El espejo estaba vacío y su camisón tendido sobre la cama. Lo recogí como cada día y lo guardé en su sitio. Se me escapó un sollozo o dos, luego alguna lágrima, luego ya el lloro lo inundó todo y quise llamarla, pero no me salía ninguna palabra, ninguna voz.

A las 7:05 de la mañana, un día más sin dormir, Martín Segura salió de su casa y comenzó a caminar sin rumbo hacía donde estuviera ella. Aún quedaba mucho para la noche.

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