miércoles, 22 de julio de 2009

Déjà vu

La luz roja se iluminó y a Zac le entró hambre. Mucha hambre, como siempre; aunque Zac no pudiera entender lo que era siempre, ni siquiera imaginarlo. Se dirigió con pasos ansiosos hacia la puerta roja y traspasó el umbral a la vez que las aletillas de su nariz se abrían de par en par para saludar al aroma que por primera vez le invadía provocándole una desconocida y agradable sensación de jugos gástricos en el estómago. Se tragó su ración en dos bocados y al momento (pero tampoco podría entender qué era al momento) ya no recordaba haber comido ni siquiera haber vivido o haber sido. Sólo intuía el signo grabado en su frente: era lo que él era, su identidad.

Salió de nuevo al pasillo y continuó su camino rodeado de cientos como él, aunque cada uno con un signo diferente en la frente. Eran muchos, miles o más quizá, andando apretujados por los angostos pasadizos que giraban y se cruzaban en la oscuridad sin parecer llevar a ningún sitio. Eran muchos y todos vestían igual y andaban igual y miraban igual, pero no se hablaban ni se conocían ni sabían quienes eran. Sólo andaban esperando la próxima luz (esperando era algo que tampoco podrían comprender).

La luz verde iluminó sus rostros y Zac se abrió paso hacia una inmensa nave donde estaban dispuestos en filas cientos de asientos frente a una cadena de montaje sin fin. Se sentó en el mismo asiento en el que lo hacía cada vez que la luz verde le guiaba (pero él esto no podría saberlo) y comenzó su trabajo. Consistía en insertar signos en la frente de caras hechas de un material que podríamos llamar piel. En cada sesión de trabajo montaba tres mil quinientos signos diferentes sobre tres mil quinientas caras iguales. En esta ocasión, cuando llegó a la cara número dos mil novecientos siete, durante una milésima de segundo algo ocurrió y a la milésima siguiente, por primera vez en la vida, Zac tuvo un recuerdo que al instante se convirtió en pensamiento: esa cara ya la había visto antes.

Pero la cinta sin fin no tenía fin y tuvo que seguir insertando signos hasta que la luz se volvió azul y todos se levantaron al mismo tiempo y caminaron deprisa de vuelta a los pasillos de vuelta a sus dormitorios porque la luz azul significaba dormir y aunque Zac (pero él no podría saber por qué) por primera vez caminaba un paso detrás de los otros, llegó a su catre y sin saberlo se acurrucó en la postura de dormir y no se durmió por primera vez en su vida sino que se sorprendió al sentirse pensando y no ver iluminada ninguna luz blanca que significaba pensar.

Pasaron minutos y horas bañados con la luz azul, pero Zac continuó todo el tiempo con sus ojos abiertos debajo de sus párpados cerrados, con su primer recuerdo guardado en los rasgos de aquella cara que él ya había visto y ya eran dos pensamientos casi tres y se convirtieron en un desfile de pensamientos desenmadejando el ovillo de su vida que no era otra cosa que sus recuerdos.

Recordó la hora anterior, la cinta sin fin, la cara reconocida, la comida y la luz roja, el momento anterior y todos los momentos iguales anteriores hasta la primera vez que vio aquella cara tan repetida ahora que la recordaba, hasta un poco más allá, mucho más allá, cuando él no tenía aún aquella cara ni el signo en su frente, cuando él era un niño y jugaba a ser niño y a reír y quizá no se llamaba Zac sino Alejandro hasta que cumplió siete años y lo llevaron a adiestramiento y perdió su nombre y su memoria y quizá cumplió dieciocho años y le pusieron su nueva cara y su signo en la frente.

Siguió en vela todo el tiempo azul y siguió recordando cuando la luz cambió a violeta que significaba olvido para no recordar los sueños del sueño y todos se levantaron y él los seguía un paso detrás mientras recordaba lo poco que tenía para recordar después de toda una vida de sólo colores que no dejaban lugar a nada que pensar. Se encendió el negro y jugó a jugar, se encendió el rojo y el verde de nuevo, se encendió el amarillo hasta que eyaculó, luego el azul y todos los demás se fueron convirtiendo en momentos tras momentos que nadie más que él podría recordar como recordaba cada segundo aquella cara que una vez reconoció.

Se encendió el blanco y Zac pensó una historia para contar.

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