domingo, 11 de octubre de 2009

La muerte de dios

La puerta de la habitación se cerró y todo quedó con un silencio oscuro que sólo rompía la respiración de Max, su miedo, y los ecos del padrenuestro que acababa de rezar.
Dios estaba en todas partes, le habían dicho, y eso era lo que más miedo le daba. No se podía huir de él y esa noche seguro que sería la que vendría y se lo llevaría para que no pudiera ver de nuevo el sol ni jugar a hacerse el muerto porque ya estaría muerto.
Max sumergió su cabeza en el embozo de la cama y contó hasta 2000 agarrándose a cada nuevo número como si de ello dependiera no caer en el precipicio que daría con sus huesos en el infierno. Pero el miedo de Dios siguió allí. Repasó mentalmente la cara de sus diez mejores amigos intentando adivinar a cuál de ellos se llevaría primero Dios a ese mundo triste donde los juegos no tenían brazos ni piernas. Siguió sin poder dormir y el ruido de su corazón empezó a componer palabras que le golpeaban cada pensamiento de intentar mantener la calma y la dignidad de esa noche no dejarse vencer por el pánico.
Pero una vez más el que venció fue el pánico y supo que iba a morir porque no podía respirar y el sudor le cubrió de sangre y sintió los dedos de Dios apretándole el cuello e intentó librarse de él con un salto que le arrojó de la cama con gran estrépito para dejarlo boqueando en el suelo convertido en pez pescado por ese cruel Dios que convertía los peces y todo lo que tocaba en norma y castigo, en muerte y en miedo.
Esa noche no murió. Ni la siguiente ni las muchas que vinieron después ya sin padrenuestros ni dioses acosadores. El miedo tampoco murió, pero consiguió esconderlo en el armario de los secretos imposibles de decir. Allí también fue metiendo nuevos miedos y nuevas ilusiones perdidas. Dejó de nombrar a dios con mayúsculas y cambió de piel varias veces; también de casa, de trabajo, de mujer y de ser. Dejó de ser y volvió a ser varias veces otro que ya nada tenía que ver con el niño ni el joven ni el hombre que había sido. Se compró recuerdos para olvidar y olvidó todo lo demás, pero cada noche el miedo se despertaba en su armario.
Se acostumbró a vivir con él y a disfrutar un poco con la espera de su visita. Poco a poco se fue apartando de todo lo demás. Encontró un trabajo de vigilante nocturno en una fábrica. Ya no tenía ataques de ansiedad, ya no boqueaba en el suelo, ya no pensaba nunca en dios, pero no podía vivir sin ese miedo húmedo que se le agarraba a la nuca y retumbaba en cada paso de la noche o del día. Max estaba viejo y cansado de esperar vivir, de esperar morir sin saber si la vida había pasado ya o si dios se lo había llevado en alguna de aquellas noches con padrenuestro. Encontró un libro abandonado en la garita desde la que vigilaba. Era una novela de ciencia ficción titulada "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?". Ocupó toda la noche en leerla y, a medida que lo hacía, algo en él comenzó de nuevo a cambiar, pero esta vez no era él el que cambiaba, algo más íntimo que su propio yo empezó a transformarse, el miedo dejó poco a poco de apretarle el cuello, el aire entró en sus pulmones con una pureza que le hizo daño y fue consciente en ese mismo momento de que dios, ese ser terrorífico, había muerto; o mejor, supo que nunca había existido y se sintió engañado, robado en todos esos años que había perdido en tener miedo.
Cuando salió del trabajo no quiso ir a su pensión a dormir. Caminó sin rumbo junto al amanecer y fue tirando al día cada uno de sus miedos, cada uno de los años pasados delegados al miedo y al ser sin ser. Compró un paquete de tabaco y fumó por primera vez en su vida, se atragantó hasta las lágrimas y rio feliz de poder seguir respirando, pasó junto a una iglesia y entró. Hacía más de cincuenta años que no entraba en una. La nave estaba en penumbras y desierta, con la única luz de los altares laterales y las vidrieras. Llegó hasta la primera bancada frente al altar mayor y se sentó. En el retablo había una escalofriante escultura de un Cristo crucificado. Supo que ese Cristo era él y odió a dios por tanto miedo y tanto sufrimiento, por tanto castigo, tanto daño, tanta violencia. Se sintió bien. Hacía un poco de frío, pero no le costó dormirse en aquel banco, tampoco tuvo ningún miedo, ni siquiera se dio cuenta cuando dios se lo llevó.
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